Estallaba una revolución y las armas no llegaron. Sólo en México podía pasar algo así. Me volví loco al imaginar cómo mis compañeros serían presa fácil de cañon en aquel camino dibujado a emboscada.
Un error de apreciación podría costar tantas vidas?. Estas pendían de un hilo que vi desgarrarse con los primeros estruendos causados por la pólvora y mi estupidez.
Acto seguido, me alejé del campamento sin que nadie articulase palabra. El vacio, casi sordo en mi conciencia, ganaba la mirada de esa bala colgándome al cuello. El momento justo para honrarla se acercaba. Después de acariciarla, mis dedos la arrancaban mientras la otra mano decidida tomaba la antigua Smith del tío Antonio.
En eso, presentí que alguién se acercaba lentamente a mis espaldas.
Un solo movimiento bastó para que la bala entrase en la cámara y me rodara apuntando hacia donde apareció la silueta. El rostro chorreado en lágrimas de una niña errante enclareció.
-"Tengo hambre", murmuraba mientras temblando postraba su mano y mirada suplicante hacia mí.
Desde ese momento olvidé lo que había prometido, quedando la bala sin usar en otro lugar, sabiendo que si ella tenía la fuerza para levantar su mano, también yo la tendría para levantar su voz.

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