Los muchachos del café



Ficción dedicada a las víctimas de atrocidades, en cualquier lugar.

Se acerca el fin de otra tarde y la gente en la ciudad retoma apenas el aire. Las terrazas de esos cafés se comienzan a llenar de jóvenes en busca de lo que para ellos era un día normal.
Una mujer mal estaciona su coche frente al café, para comprar una cajetilla de cigarros en el estanquillo de a lado.
Su peque, entre 3 y 4 años, abre la puerta y desciende con su juguete: un conjunto de bloques de armado que viene de acomodar en forma de rifle y como muchos niños de su edad, simula disparar con éstos a los jóvenes del café.
El silencio se instala entre mesas, la mesera detiene su marcha y no logra sonreír.  
En ese instante ronda el recuerdo de lo que intentan olvidar; el golpe de escalofrío y tristeza es evidente en cada rostro.
Sorprendido, el niño baja su arma ficticia y echa su cuerpo hacia atrás.
Un joven lo mira fijamente, se levanta, pone la mano a nivel del corazón y simulando dolor, se deja caer en su mesa. Dos mesas  atrás una muchacha cierra los ojos, mientras se dobla tocándose el estomago. Los demás comensales comienzan a imitar los gestos, algunos disparando al niño con sus dedos, mientras se  esconden entre sus mesas.
El niño frunce sus cejas y retoma enérgicamente su acción, disparando a todos mientras salta de manera involuntaria.
Su apenada madre se apresura a cargarlo y sin que éste deje de disparar, logra acomodarlo en el asiento trasero.
Con ojos humedecidos y sonrisa apresurada, la mujer se despide de los muchachos del café, mientras inicia la marcha del coche.
Mientras se aleja, el niño pega su cachete en la ventana y con una sonrisa abierta, despide a sus más recientes amigos.

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